sábado, 8 de agosto de 2015

Ego II.

    Durante años me han estado diciendo lo que hago mal. Siempre me han estado repitiendo que soy de una manera u otra y que eso era malo, que eso me traería muchos problemas, el ser así. Hubo algunos años que me lo creí. Realmente me creí ser la peor hija del mundo, la peor amiga, la peor novia, la peor nieta..., e incluso me volví así de exigente con las personas aunque en mi interior siguiese pensando que no merecía nada, que no merecía los amigos que tenía, ni la familia que tengo a pesar de los roces porque "en eso consiste la convivencia." 
    Acabé conociendo a unas personas que, aun teniendo miles de fallos, me querían y me aceptaban. Y lo siguen haciendo. Entonces me di cuenta de algo. 
    Me di cuenta de que uno debe querer a los demás con sus fallos y virtudes porque nadie es perfecto, y que lo peor que nadie puede hacer es echarle en cara a alguien sus "cosillas" como si fuesen algo malo porque al fin y al cabo, tanto lo malo como lo bueno de nosotros, nos hace ser quienes somos con toda la certeza de que aunque alguien pueda parecerse físicamente a uno, jamás se parecerá psicológicamente. 
    El conjunto de lo malo "malo" y lo bueno nos hace tener esa esencia única e intentar eliminar lo que no nos gusta de una persona solo nos hace envenenarla contra sí misma, y, posteriormente, contra el mundo.
    Por eso siempre digo que lo que deberíamos hacer todos es mirarnos a nosotros mismos e intentar cambiar aquello que nos parezca incorrecto o, al menos, controlarlo. Esto solo nos da más fuerza porque al cambiar algo de nosotros que consideramos "poco correcto" nos sentimos mejor con nosotros mismos. En cambio, si intentamos modificar a los demás no solo nos sentiremos mal con nosotros mismos a la larga, sino que poco a poco, sin darnos cuenta volveremos al mundo en contra de nosotros y en contra de los demás.


T.